Aun no tengo
una excusa para llamarte a deshoras con un tono de náufrago a la deriva. Para contarte
que sé yo, qué sigo existiendo que odio
el primer café de la máquina que extraño con calma tu risa guardo un bolero de
un viaje del lugar donde nací que son las 3 de mañana, que me interrumpió el desayuno
el vuelo un B-52.
Que
deje anotado mi número en una hoja de
aquel árbol donde te detuviste a esconderte del sol.
Aquella maldita tarde de verano.
Aquella maldita tarde de verano.
Contarte por ejemplo, que murmureo un “llámame
hoy”. Desde hace un año.
Que he juntado “no se” de una extraña, que he
robado besos.
Que hoy pinche con la
cajera, al pedir el desayuno.
Que los míos
están bien, pero los echo de menos.
Que salgo sin rumbo pero llego tarde aunque nadie me espera.
Que rompo la
armonía, 6 vece al día.
Que los beso
que no se dan pesan más en los bolsillos
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